miércoles, 7 de julio de 2010

Hidrometeoro

Divagador de ideas, soñador empedernido, perdido afanado, hombre sin sentido, sin sentido de la razón, acumulador de desvelos o como otros resumen; simplemente un loco.
Su nombre era Luis y su única misión era atrapar un hidrometeoro, desde pequeño reveló estas intenciones a su madre y esta no le tomó importancia, su padre lo apartaba de un empujón ya que le impedían ver el fútbol las ideas de su hijo. Así fue creciendo Luis sin que nadie tomara en cuenta sus estudios sobre los distintos tipos de meteoros y sobre todo de los que a él más le gustaban, los hidrometeoros. Repetía constantemente que con su telescopio veía cientos, miles al día, que incluso se podían ver a ojo limpio, pero el resto de las personas al mirar el cielo no podían ver si quiera uno.
Luis no tenía buenas facultades para comunicarse, siendo un genio desde pequeño, como es frecuente a otros de su clase, nunca pudo desarrollar la capacidad de expresar de forma clara y concisa alguno de sus teoremas para que el normal de la gente se pusiera en su lugar, el remolino de hipótesis en su mente y la belleza con que estas formaban una ventisca que salía por sus ojos, le impedía hablar con claridad, a muchos otros les ha pasado lo mismo en el pasado.
Siendo ya grande buscó la carrera que encajara de forma perfecta en su búsqueda de los hidrometeoros y el afán último, lograr atrapar uno, embalsamarlo en vidrio para estudiar sus propiedades más ocultas.
A los veinte años ya estudiando meteorología, tuvo un accidente al lanzarse desde un cerro en parapente, quiso tomar alturas no correspondidas con la aerodinámica que tenía su implemento y cayó de forma estrepitosa al bosque. Cuando lo rescataron de la cima de un árbol, sólo preguntó dónde estaba su jarrón, preguntando a todos si había logrado atrapar al menos una parte del hidrometeoro.
Tuvo que congelar sus estudios, pues sus padres ya creyéndolo completamente loco lo internaron. Pasó meses incomunicado, sus amigos lo iban a ver con cierta frecuencia, pero cuando la situación llegó al año y Luis no mostraba mejoría alguna, todos terminaron alejándose, quedó solo anclado a una habitación. Le quedó el conforte de su petición satisfecha, que su habitación tuviera una ventana lo suficientemente grande para poder seguir observando sus hidrometeoros.
El doctor terminó por dictaminar que su caso no tenía solución, que lo mejor era satisfacer sus manías para tenerlo catalogado de “lunático pasivo”, un tipo que vive su propio mundo realizando tareas y quimeras sin molestar ni a los demás internos ni a los guardias. Así Luis tuvo las hojas y los instrumentos necesarios para estudiar sus hidrometeoros, catalogarlos, escribir miles de hojas sobre sus observaciones e incluso mandar por correo ciertas tesis e hipótesis suyas al centro meteorológico de Santiago.
La gran sorpresa vino una mañana de mayo, cuando desde dicho centro, informaban su deseo de tomar contacto con Luis Poblete, deseaban saber más sobre sus teorías y sus estudios. Al parecer sus trabajos enviados eran fascinantes, no sólo había realizado un cronograma muy completo sobre la trayectoria de los hidrometeoros, sino que sus conjeturas sobre su evolución en el espacio y sus viajes eran correctas, ningún otro científico anterior había logrado tener tanta precisión en el área.
Su familia estaba consternada y la vergüenza los carcomía, ni siquiera pensaron en demandar al internado de locos por la situación, se sentían tan culpables como los deficientes psiquiatras que no tuvieron los conocimientos necesarios para darse cuenta que los famosos hidrometeoros de verdad existían, eran una realidad muy estudiada, un campo donde Luis mostraba dotes extraordinarios que deslumbraban al resto de sus nuevos colegas.

Años después, Luis ya titulado, tenía a su disposición el mejor equipo del país y el extranjero para su meticulosa búsqueda del hidrometeoro perfecto, del cual podría extraer la muestra que cambiaría la ciencia moderna.
Al objeto buscado lo llamó “Mástodon”, hidrometeoro Mástodon.
Sus características eran abismales y muchos volvieron a perderle el respeto y llamarlo loco otra vez. La mastodónica podía tener kilómetros de diámetro, un color que iba según zonas desde el grisáceo al azul, incluso el negro absoluto (una imposibilidad dentro de la atmósfera terrestre), unas propiedades eléctricas capaces de alimentar todo un pequeño país y una velocidad de viaje y entropía únicas. Pero esta vez nadie lo detendría, un día tomó un jet del laboratorio con un aviador entrenado, falsificando los permisos hizo que se le llevara a un punto alto donde no se recomienda viajar teniendo en curso una tormenta de hidrometeoros tipo 1A, un tipo de tormenta que sólo se da en época de primavera y verano en la zona caribeña, tenerla presente en Santiago era una oportunidad que Luis no iba a dejar escapar. Aviones más grandes con mejor tecnología han sucumbido ante el poder de estas colosales masas de poder.
Una vez que estuvieron a la altura necesaria, Luis ordenó internarse dentro de la tormenta, como una hormiga al ataque de un elefante. Ya dentro, en la turbulencia de grises opacos, Luis hizo algo no presupuestado y por su puesto no permitido, abrió una puerta lateral del jet y se lanzo con un paracaídas y jarrón de vidrio en mano, el pobre aviador no tuvo oportunidad de reaccionar.
A esa altura, en medio de esa tormenta, las posibilidades de sobrevivir eran mínimas, pero a Luis no le importaba. Durante toda su vida había tenido a plena vista los Cúmulos Nimbus, los estratos y los cirrus invernales de Santiago, pero a él no le importaban ninguno de estos hidrometeoros, no le importaban este tipo de nubes. Las desgarradas por un haz de luz al atardecer eran románticas y lo invitaban a soñar, las lluviosas lo volvían melancólico ya fuera en su casa o en el manicomio, y las blancas sólo lo enervaban recordándole lo opuestas que eran a sus buscadas “Mástodon”.
Nunca su familia supo buscar y saber que un hidrometeoro es una simple nube, ni los doctores tuvieron la valentía de admitirse ignorantes en el tema, tomar una segunda opinión y calificar finalmente a Luis como “extraño”, pero no lo suficientemente loco como para encarcelarlo.
Luis ahora caía sin alas, viviendo y respirando la electrificante atmósfera de la primera “Mástodon” en Santiago; una nube con kilómetros de altura, superando el límite impuesto por la atmósfera, con unos truenos suficientemente fluorescentes como para opacar al mismísimo Thor, una extensión también de kilómetros, donde ningún aviador con dos dedos de frente osaría introducirse. La condensación de los líquidos aquí permitía apreciar cristales líquidos volando de un lado a otro, torbellinos y tornados internos mucho más fuertes que en la superficie de la tierra y finalmente, en el centro mismo de la Mástodon, un núcleo, que era el lugar desde donde surgía el poder de esta imponente nube. Un núcleo desconocido para cualquier hombre, ahora Luis se dirigía ahí con su jarrón entre las manos, preparado para morir por su amor, conocer el alma de la Mástodon.
Antes de entrar a su posible último destino, Luis recitó el único poema que había escrito en su vida, un poema para su monstruo buscado, la magnificencia del sueño convertido en realidad.
Luis no sabía si sobreviviría, poco le importaba si lograba besar el alma de su amor, sólo sabía que años había esperado para recitar este poema a la única que merecía conocerlo: