martes, 28 de abril de 2009

Con los ojos bien cerrados

Que curiosa es la distancia. Se puede justificar odiarla cuando nos hemos apegado lo suficiente a alguien como para considerar casi una tortura esos kilómetros que sólo son derrotados de tanto en tanto o casi nunca. ¿Pero de qué manera se puede extrañar a alguien que casi no conoces? Cuando el vínculo no es más fuerte que el de simples conocidos en camino de ser amigos y quien sabe si algo más, cómo puedes ser tan dependiente de la figura de quien no lo es en cuanto a ti.
Muchas de estas preguntas no las puedo responder o preferiría no hacerlo, el hecho es que la realidad se nos presenta así, aunque algunos dirían que cada uno moldea su realidad.
La mía esta mañana es fría, nublada y gris, como la típica mañana de un otoño que se anticipa a la nostalgia.

Yo tan aquí y tu tan allá, pero más que sólo los kilómetro y el tiempo, es algo más, es saber que yo dependo de ti mucho más de lo normal, para ser dos conocidos.
Quizás sea la necesidad de tener un vínculo con la realidad, no estar tan aislado entre las montañas y las nubes, quizás por eso te llamo día y noche aunque no te conozca bien, porque eres tu quien da calor a mis esperanzas, me aleja un poco de esta locura y me devuelve la humanidad. Tú tan niña, tan auténtica, tan inocente, eres justo lo que necesitaba.
Ambos tenemos una misión, yo en el claustro entre estas montañas al fin del mundo y tú formándote para crecer, ambos en dos partes y dos tiempos distintos.
Las cartas, sí, son una bendición, pues cada cuanto van y vienen, me informan sobre ti, sobre lo que haces, cómo estás, qué piensas y promesas de cuando nos veremos otra vez.
No sé si las mías hacia ti las tomas tan apecho, creo hablo demás en cada una y te trato como si fuéramos de años conocidos, pero es la configuración de la realidad que trato de crear, como tantos dicen es posible.

Cuando adjuntaste el primer dibujo de tu rostro dentro de una carta que llegó, me sentí muy consternado, antes sin verte sólo podía idealizar una imagen tuya previa en mi mente, que resultó ser muy parecida a la que mandaste, yo no sabía si adjuntar también un retrato mío. No sabía que imagen te habías hecho de mí, siquiera si te habías creado una o si podía decepcionarte. De todas formas lo hice.
De ahora en adelante tenía una imagen real en la cual pensar de noche, fue cuando comenzaron los sueños.
Todas las noches debemos acostarnos temprano después de estudiar, pues las pruebas son arduas y no todos seremos admitidos finalmente en la orden, si tan solo supieran que mis cartas van dirigidas a una mujer que conocí antes de entrar al claustro y que no es familiar mío, podrían expulsarme. Esas son algunas de las preocupaciones que tengo en mi mente antes de cerrar finalmente mis ojos y tratar de descansar.
Los primeros sueños fueron extrañas visiones donde apenas te veía, tu corrías por las mismas praderas y los bosques que circulo día a día cerca del claustro, pero cuando tu los recorría en mis sueños había un sol despampanante y unas flores hermosas por todos lados, ya no el otoño eterno que pareciera reinar aquí siempre.
Cuando estaba a punto de darte alcance despertaba, siempre muy temprano, siempre con el mismo frío y siempre aprisa para realizar las labores y comenzar los estudios de día a día.
A medida que nuestras cartas fueron siendo más infrecuentes y la comunicación más vaga y difusa, en contraparte los sueños fueron más extensos y cada vez estaba más cerca de darte alcance. En los ejercicios diarios del claustro parecía yo correr más que los demás casi como practicando para las noches, para correr más rápido en mis sueños.
No sabía si contarte en algunas de mis cartas que soñaba contigo frecuentemente, no sabía qué podrías pensar.
Fue en este divagar cuando en un sueño tú corrías al último castillo del claustro, ese donde tenemos prohibido entrar los más jóvenes de la orden. De todas formas te seguí, ya dentro me estabas esperando. Conversamos eso recuerdo, sobre qué, no lo sé. Pero al despertar me sentía mejor, fue el sueño más realista que haya tenido y ese día ya no te extrañé tanto.
De todas formas preferí no contártelo en una carta.
Así los sueños se sucedieron y siempre nosotros viéndonos y hablando dentro de los laberintos oscuros del castillo, tu corrías muchas veces obligándome a seguirte, a veces nos perdíamos o entrábamos en bibliotecas enormes de terciopelo donde hay libros que ya nadie lee ni le importan, pero las chimeneas enormes siempre abundan en esas bibliotecas con estantes gigantes y es un cómodo lugar para recostarse y conversar, a diferencia de hacerlo en un pasto mojado.
Al despertar cada vez iba recordando más sobre las cosas que pasaban y lo que me decías, era simplemente como vernos en la vida real, conversábamos sobre cosas cotidianas y nos contábamos casi exactamente lo que nos escribíamos en las cartas. Por supuesto era mejor hacerlo cara a cara, con tu sonrisa siempre ahí diciéndome “nunca más, nunca más” cada vez que me hacías enojar.

Cierta noche (lo recuerdo bien) estábamos en un mirador de una torre en el castillo, mirábamos las estrellas, abrazados por el frío de la noche y me contaste que uno de tus perritos estaba enfermo, cuando me ibas a decir qué le había pasado, uno de los maestros me despertó y castigó, pues me había quedado dormido faltando a la primera clase de la mañana.
Ese mismo día te escribí contándote del terrible castigo que me habían impuesto y preguntándote cómo estaba tu familia y tus mascotas, me sorprendió tu respuesta diciendo que uno de tus perros había caído enfermo y que no sabían si sobreviviría. En tu carta noté un tono extraño, casi como quien sabe que está viviendo un deja vu, una falla en la realidad y lo que me estás contando ya lo hubieras hecho.
¿Sería posible acaso que tú también soñaras conmigo frecuentemente, el mismo sueño, el mismo lugar y las mismas conversaciones?
No te lo pregunté ni te planteé el asunto en ninguna carta, prefería dejar la incógnita como quien guarda un secreto a voces y ver hasta dónde llegábamos con esto.

Si tan sólo en nuestros sueños nos hemos de ver,
Entonces en ese mundo nos hemos de querer.
Si es así como he de conocerte,
Es ahí donde quiero vivir.
Si en ese lugar no nos han de separar más
Ahí entonces te invito a nadar,
En un mar de estrellas infinitas ninguna real,
Tal cual es el mundo que he pintado
Donde nos vamos a adorar.

Te lo dije el día que tuve el último sueño contigo, me miraste riendo y desconcertada, no sabía si estabas feliz o si estabas incómoda. Te diste media vuelta y corriste hacia un pasillo oscuro y estrecho, donde yo sabía no te podía seguir.
Al despertar no podía ver bien, sólo sé que junto a mi puerta vi una figura oscura de pie, al momento desapareció, pero puedo jurar que pude notar a alguien ahí en mi habitación.
Esa noche ya no pegué pestaña de nuevo.
Desde entonces no nos hemos escrito otra vez, desde entonces no he soñado contigo, en una de esas todo era un simple juego. Tú visitándome noche a noche e introduciéndote en mis sueños, dándome lindos momentos, pero creo no era para los dos igual, para uno de los dos era más importante.
Tal vez debí callar y no confesarme, podrías estar aún en mis sueños…

3 comentarios:

Pea dijo...

NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
ES QUE METE CUCO
es como si un amigo se declara y el otro no siente lo mismo y queda la cagá ...
que mal
pero lo bueno es que me gustó la historia! y me la imginé
yo una vez tuve un sueño ultra real, era de una masacre en la plaza de Maipu, parece que te conte ese sueño una vez ... ultra real.
Te vuelvo a ser fiel blogisticamente hablando.
=D

wings_for_marie dijo...

me parece :)

Anónimo dijo...

.mmmmm que profundo me gusta como escribes¨