domingo, 2 de mayo de 2010

Conociendo a los Héroes

Perpetua le hubiera perecido la caída a cualquiera que no estuviera acostumbrado a sentir la eternidad.
La humedad de las grises nubes se había adherido a sus mejillas y ahora se asemejaban esas gotas a un llanto resquebrajado, el tronido de los relámpagos había sesgado sus oídos y mientras el chirrido disminuía y a él volvían los dotes del sonido… Iba con sus ojos mirando a su alrededor, acostumbrándose al nuevo paraje que su padre le había obsequiado.
Había caído él sobre un montículo de negra roca, semejante a una montaña, la más alta que alguien hubiera imaginado hasta esos tiempos. Hacia el horizonte se veía un desierto opaco, de escasa tierra, grandes simas una tras otras y alguno que otro montículo semejante al que sostenían sus pies, pero todos mucho más pequeños.
En torno a estos páramos se veían sus compañeros abatidos, abandonados con el rostro oculto en el suelo, entre rocas, sin querer levantarlo, el ejército con la moral más baja desde que se haya inventado guerra alguna.
Pensó en sabias palabras, quiso recitar versos rellenos de falacias para aminorar la vergüenza de sus compañeros, pero ya nada tenía sentido en esos momentos, habían perdido una batalla cósmica sin igual, sin apelación hasta él había caído bajo el filo de las espadas centelleantes. Como le irritaba la derrota, hasta el punto de sacarle verdaderas lágrimas, recordar el miedo que había sentido ante Miguel… ¿Cómo había sido posible? Él que había sido el bello hijo predilecto, el más fuerte entre fuertes, el más locuaz, el… INVENCIBLE!
Tuvo que huir de Miguel y sus huestes, su retirada fue el punto de ebullición en la derrota, luego de eso ya ningún otro valiente rebelde pudo sostener su espada ni su escudo con honor y fiereza.
Luego todo recuerdo se oscurece, sólo queda rememorar vagamente la incesante vergüenza, los ojos apretados y los dientes rompiéndose unos contra otros, dejando su lengua sangrando y trepidando.
A momentos vio pasar junto a él un Júpiter orgulloso, luego cometas y más cometas, luego Marte y la luna, como deseaba con lujuria esa luna por la que también había luchado.
Finalmente la oscuridad más abrasadora, para dar paso a sus últimas sensaciones, imágenes que inmortalizadas en su memoria ahora cantarían por siglos de siglos los ángeles, y Miguel… Prueba era de que hasta un ángel podía ser orgulloso, pomposo y vanidoso. Como se fanfarroneaba junto a su padre mientras el huía, la vergüenza más grande que ningún general jamás pasaría.



Ha sido un largo y solitario viaje desde la gloria hasta nacer otra vez.
Sobre mi cabeza se yerguen cielos de plata y azufre, moldeados con mano de cruel y vengativo herrero. Mi padre, viejo y sabio podría creer que este paisaje es la personificación de la desolación, que en estas tierras nos arrinconaríamos unos contra otros a llorar y lamentar por siempre la caída. Que poco y nada sabe él del romántico rebelde.
Este suelo salado me sabe a renovación, de entre el fango y el humo que llamea de este abismo nos levantaremos una y mil veces, hasta que todos olviden la luz divina y sólo el dolor puedan apreciar, pues el dolor es el lugar en que nacen las más altas catarsis y placeres del espíritu.
Veo este regalo divino y lo aprecio pues para mi es la panacea del romántico renacer, de entre las cenizas como planetas o fénix.
Los rayos entre las nubes y sobre mis hermanos son música, eléctrica y de colorido fluorescente, de ellos tomaremos las ganas de arrimarnos a la venganza.
Sólo me queda padecer la molestia de un absurdo y pedante castigo irónico…
Que hijo de Dios soy y seré por siempre, me doy cuenta pues se apreciar un hermoso paraje ¿Será esta otra de sus bromas? ¿Un recordatorio alucinante de dónde vengo y hacia dónde iré a parar?
Que el estro de mil soles me rememore que hijo de Dios he de ser, pero será la luminosidad de nuestros fuegos los que les hagan saber a ellos, los celestiales, que el hombre hijo de demonios llegará a ser en el fin de los tiempos.

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