domingo, 8 de agosto de 2010

La promesa

Nunca la había observado con ojos distintos a los que iluminan una amistad, para él su presencia nunca había sido distinta a la de una hermosa amiga, a la que se cuida, a la que se quiere, se aprecia, pero nunca se codicia de otra manera. No fue si no hasta que vio la foto de su hermana mayor que su obsesión comenzó, una obsesión que no iría a parar nunca, porque no había solución posible ni respuestas para preguntas que no se hacen, o peor aún, que no se hacen con claridad.
Aún después de meses desde que vio la foto (una sola vez), no podía borrar de su mente, presente en constantes sueños, cada una de las facciones en ella, cada una de sus atrayentes singularidades. En la fotografía sólo aparecía su rostro, sus hombros descubiertos dejando ver las tiras de un vestido púrpura, un cabello largo abierto en pliegue, ella con la mirada baja dejaba ver una sonrisa gatuna llena de misterio, de secretismo y sensualidad.
El nombre de esta misteriosa mujer nunca lo supo, sólo averiguó que vivía en tierras lejanas, indagar aún más habría sido una pérdida de tiempo, su preocupación ahora estaba centrada en otros asuntos, saciar de alguna manera su incontrolable necesidad de una mujer que diera la talla para acallar su clamado interno.
Fue entonces que su dulce y hermosa amiga pasó a ser algo más, la pobre Ana nunca sospechó nada ni se dio por enterada, Nicolás la acariciaba, la besaba y la apreciaba esperando que se cumpliera una promesa nunca hecha; que la hermana menor se terminara de esculpir en un molde para satisfacer sus deseos de una sonrisa gatuna, que con el tiempo pasar, ella se fuera a transformar en la viva presencia de su hermana mayor.
Los años se fueron sucediendo y dos cosas nunca se concretaron, Ana no lograba parecerse más a su hermana y Nicolás nunca logró conocerla en persona, sus constantes viajes por el mundo la mantenían siempre lejana, una pelea familiar empeoró las cosas y él no se daba cuenta porqué cada día parecía detestar más a su mujer.
Cada noche la poseía con fuerza e ímpetu, cerraba los ojos y un aire tibio le acariciaba su rostro, presionaba a Ana con fuerza contra las sábanas, como queriendo atravesar su presencia hiendo en búsqueda de una imagen idealizada en su mente de lo que su esposa debería ser, una mujer misteriosa de sonrisa felina.
A Nicolás no le interesaba conocer la posible personalidad de la mujer tras su obsesión, su retrato visto una sola vez, lo decía todo para él, no estaba interesado tampoco en apreciar las propias singularidades deliciosas en Ana. “Es impresionante”, meditaba Nicolás, “Como nuestro día a día esta plasmado de pequeños detalles que nos marcan unos más que otros, tal vez si yo nunca hubiera visto esa foto hubiera mantenida una amistad duradera con Ana, por otro lado, podría haber terminado casándome con ella de todas formas, pero la habría podido amar de verdad, no pretender un cariño y apego forzado sólo para conseguir un objetivo futuro, ya a esta altura totalmente ridículo. El hombre debería vivir su día a día con más cuidado, no se sabe cuándo se podría topar uno con un detalle demasiado violento, demasiado potente, uno que podría terminar matándote”
Un día a fines del verano, una carta lacrada con cera púrpura comunicaba a Ana el deceso de su hermana en tierras lejanas, ese fue el día que su matrimonio comenzó a perecer definitivamente. Ella tomaba el aspecto de una señora vieja y desganada, vencida por la decepción de un matrimonio disfuncional, de una familia rota y ahora con una hermana muerta. Él por su lado veía esfumarse poco a poco la redención de su obsesión, mas no lograba vislumbrar entre las tinieblas de su ceguera, el apaciguamiento de su sed interna.
Cuando se separaron ya no eran marido y mujer realmente, ya no eran amigos, apenas les alcanzaba para conocidos cansados de conocerse. Cada uno tomó su camino, ella con una turbación parecida a la muerte de los deseos y la esperanza, él con una furia interna signo de una búsqueda que habría de quedar inconclusa para siempre. La última pieza de su sinfonía no habría de ser tocada nunca, porque no pudo hallar la inspiración en el amor que tuvo a mano, él se había ido en una persecución infructuosa de lo imposible, de lo lejano, de lo que nace y muere sólo en nuestra mente.




“…Una típica canción del estilo “death metal melódico” presenta una primera parte de repique en la guitarra o el teclado que se efectúa en cierta escala, esa tonalidad puede variar, pero en esencia debe mantenerse intacta hasta pasar a una segunda y tercera parte donde la escala es cambiada, el repique y el ritmo se mantienen pero el efecto producido es de un agrado similar al del ojo que ve como se va construyendo una catedral gótica. La promesa consiste en la espera inconciente del receptor para que la tonalidad vuelva a su origen, a su belleza primera que debe presentarse intacta al final de la canción. Si el regreso a la escala inicial se hace de manera defectuosa (como muchas bandas de la nueva ola de death metal melódico lo hacen) la promesa no se cumple y la canción produce la sensación de una falla en su culminación.”

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