lunes, 25 de octubre de 2010

Amarok I (zorn des lammes)

“Deja la ventana abierta, que quiero sentir el viento” le repetía ella por tercera vez a su marido mientras éste se detenía como paralizado rozando las persianas con su mano derecha. Ella tenía miedo pues presentía que él ya lo sabía todo, él por su parte no sabía qué pensar.
“Ven a recostarte a mi lado, deja que entre el viento y la luna, yo sabré cuidarte bien mi rey” le decía ella, con voz temblorosa, temiendo lo peor.
La batalla había sido ardua, desde el balcón del castillo aún se veían los miles de cuerpos repartidos por el campo, el humo expelidos por los cadáveres se entremezclaba con la neblina que caía y el rey no sabía porqué su mujer deseaba tanto que entrara el viento, traería consigo el olor a putrefacción.
Antes de la batalla le habían llegado nuevos rumores de su mujer y los cortesanos, él los había rechazado nuevamente, no podía creer esas historias; su mujer tan buena, cariñosa, buena madre, no… definitivamente no podría ser cierto ninguno de esos rumores. Mas, ese día el rey lucho con ira, con furor, decapitó a cuanto soldado invasor se le cruzó y mandó a empalar a los sobrevivientes del ejército enemigo. Al final, tuvieron que levantarlo entre cinco hombres cuando la batalla había sido ganada, se encontraba el rey azotando su hacha contra un cuerpo muerto, nadie supo si se trataba de un enemigo o de algún soldado propio, nadie quiso saberlo.
El rey dejó entrar al viento y a la luz de la luna que coloreó todo de azul. Él se lanzó también sobre ella con las mejillas frías y las manos calurosas, mientras la poseía le preguntaba una y otra vez cuántos eran, dónde y porqué. Mientras ella más gemía él más pensaba que lo mejor sería acabar con su vida, conseguir una nueva reina, más joven y más bella. Pero algo extraño nació en el, no se podría decir si amor propio o morbosidad, esa extraña curiosidad por saber hasta qué punto las cosas pueden distorsionarse. Esa noche no se cometió asesinato y al final de la velada la luna y el viento se habían retirado de la habitación real. Ella estaba tendida con el cuerpo medio cubierto por una sábana de seda y él volvió a meditar junto a la ventana, rozando la cortina con los dedos de su mano derecha.
En el cuarto contiguo la pequeña princesa amarok había escuchado todo, a sus cortos ocho años no comprendía bien la situación. Creía que la escena reflejaba con vivacidad la emoción del amor que se prodigaban sus padres, sintió la inspiración de tamaña sinfonía y compuso sus primeros versos sobre una hoja amarilla, los adornó con ilustraciones de ángeles batallando por la libertad del reino. Durmió placenteramente aquella noche soñando con su padre, el ángel enamorado de su madre ángger.
Amarok era una princesa feliz aún.

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