viernes, 4 de junio de 2010

Un día cualquiera

Yo iba absorto en mis propios problemas, no tenía ni el tiempo o las ganas de empezar a preocuparme por los demás en ese momento, dicho momento parece durar toda una vida a veces.
Sacando y contando las monedas en mi billetera, viendo si me alcanzaba para cargar el pase, fui levantando la mirada lentamente y asombrado vi tras la ventanilla de servicio a un joven arquetípico, uno que tantas veces había visto yo caminar por la calle, ser amigo de mi hermana, salir en televisión, como sea… El joven arquetípico que vestía distintas ropas, vidas o nombres, ahora se mostraba una vez más delante mío.
Me refiero el típico joven que seguramente ustedes reconocerán entre sus memorias fácilmente: delgado, desgarbado, con el pelo ni largo ni corto, pero con la intención de ocultarle la cara, tapando las marcas de acné que no sólo son el castigo de flaites, sino también de pobres jóvenes sin autoestima ni coraje para afrontar la vida con fuerza. Éste era uno de esos jóvenes, seguramente de una tribu “emo” y casi seguro lo digo, gay.
En su rostro cabizbajo yo me compenetraba con su intención de ocultarse, como de querer salir huyendo asqueado de sus labores. Mientras iba atendiendo a tantas personas día a día ahí abajo en el metro, yo sentía leer en su mente la verdad; no era la fatiga de una larga jornada la tristeza en su expresión, no era la molestia de la lejanía de su hogar o tal vez el saber que él valía mucho más que ese trabajo y podía ahora estar haciendo algo más productivo, algo que lo hiciera más feliz. Lo que le molestaba, era tener que trabajar día a día detrás de una ventanilla que mostraba tan claramente su rostro, un rostro que su pelo por largo que lo dejara, no podría ocultar.

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