miércoles, 28 de abril de 2010

Desierto

Es tan simple, o al menos así suena, desvanecerse con el viento, fluir por el mundo sin rumbo, siendo arrastrado como un éter junto a miles de piedrecitas amarillas, siendo arrastrado sin sentido hacia el horizonte, así imaginaba su vida de ahora en adelante el marino.
Sus manos ya nunca pasarían frío otra vez, su piel ya no estaría constantemente arrugada ni sus ojos vidriosos por la sal, la lluvia, el barlovento, su recuerdo…
Claro que él extrañaría la mar, siempre había sido su amante y compañera, la amiga más cercana y vieja que rememoraba. Siendo tan poco social como lo designaban sus estrellas, no podía ahora más que detestarlas, tenerles un resentimiento y a la vez una auto culpa por no haber luchado con lo que las luces perpetuas habían querido para su vida.
Agradecía haber podido aprender a tocar guitarra en su juventud, tantas noches largas y lluviosas había estado ya no tan solo, porque su guitarra hablaba con él, entre esas cuerdas el marino mantenía una conversación amena con alguna mujer imaginaria que le prometía besos y cariños.

Viajando ahora por el desierto, queriendo ser viento y rumor de rocas, sentía como la arena se iba introduciendo entre sus mocasines viejos y agujereados. Con una guitarra de cuerdas oxidadas por la lluvia y una cantimplora con agua algo salada por los restos de la brisa marina, iba el marino navegando a su manera, dejando fluir su alma hacia el confín de una búsqueda que podría parecer algo absurda.
A momentos prefería pensar que todo era una ilusión, luego volvía a creer que era posible, ¿pero cómo?

Un viejo bardo perdido en un bosque femenino le habló de la leyenda al marino: ¿Conquistar a una mujer? fácil dijo el bardo… ¿Indomable como una tormenta? ¿Impredecible como un cometa? Complicas la cosa, pero aún así la empresa no es imposible volvió a hablar el bardo.
¿No conoces nada de romance? ¿De las penas y alegrías de una mujer? Entonces debes tomar un curso, escuchar a maestros del pasado sufrir y reír por ellas, por las mujeres.
En un viejo y sabio desierto hay una biblioteca, alta hasta casi rozar el cosmos, en ella se ha depositado todo lo escrito por el hombre, es ahí donde debes buscar palabras de antaño recitadas para las “imposibles”, ahí podrías encontrar lo que necesitas.

Como una locura sonaba, se repetía el marino. Pero si de verdad lograba encontrar esa biblioteca no tendría que extrañar más la mar, porque podría tenerla para él por siempre, hablarle en su idioma ronco y profundo. Podría abandonar la idea de querer ser viento y fluir aciago, eso ya lo hacía normalmente como hombre.
Aprender a entenderla, aprender a recitar… aprender a superar los designios de lo incomprendido.

Quería recitarte versos tan bellos, auténticos hijos de un atardecer. El marinero quería pescar del mar de la inspiración la palabra precisa para hablarle. Mas, no tenía tantas letras en su corazón, ni conocía mucho de poesía.
Así que fue en búsqueda de los grandes maestros de la historia, los verdaderos dueños del sentimiento expresado.
Aunque tardara toda una vida, encontraría la línea exacta, el verso adecuado o el significado perfecto para cantarle a esa morena.
Si debía buscar a esa mujer ya siendo viejo y encontrándose medio muerto, con un libro de tapas enmohecidas, lo haría. Si dentro de ese libro oceánico estaba la línea buscada, la palabra que nadara como pez entre las demás llevando consigo una carga de poesía, una carga que calzara con lo furtivo de su presencia…

Ho!, juró que lo haría.

_Inscripción en piedra, del bardo que recibió una tarde otoñal al marino en su casa, en ese bosque que todos anhelan, ese bosque femenino de frondosidad sonora.

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