martes, 13 de enero de 2009

Pensativa

Para A.L, que me pidió que esta vez no muriese nadie. Más que mis sueños…


Antonia iba sentada en el Transantiago, más bien atrapada en el asiento del 401 o el 413 con una fuerza mayor que la gravedad.
No podía ordenar del todo sus pensamientos y por mucho intentarlo en el fondo sabía que no lograría hacerlo, pues el curso de sus acciones ese día la había sorprendido a ella misma, aunque también en el fondo, al salir de su casa unas horas antes a su destino conocía el final del día, no podía hacerse la inocente, una reunión de esas características debe terminar de la forma que lo hizo.
Tampoco podía sentirse del todo culpable, sino más bien extraña y con la bizarra sensación de haber cometido un delito cuando en realidad no pudo haber sido así.
Es que hace semanas no sabía nada de él, de quien antes robaba sus besos, el que los había robado por tantos meses, ahora ese maldito le estaba hurtando a otra mujer sus pasiones y no podía recriminarle nada cuando se enterara, ¿cierto?
Podía llamarse coincidencia que el primer hombre que besara después de tanto tiempo en una exclusividad bucal fuera el mejor amigo del maldito. Coincidencia, ¡debía serlo!
Pero también en el fondo Antonia sabía que la elección de ese pintor en particular (mal pintor) se debía a una elección inconsciente, maléfica, con un fondo turbio y bien ordenado. Ya que sabía mil formas de poner celoso al músico, millones en realidad, pero de todas a elegir sin darse cuenta tomó la que más le dolería, a pesar de que el músico ya proclamaba cariño y más adelante amor por otra mujer, al enterarse del “engaño”, de la “traición” y “difamación” de Antonia, no podría más que sufrir y celar de una manera nunca antes vista.
Lo que Antonia no sospechaba es que la magnitud de los sentimientos encontrados que iba sufrir el músico iban a ser mayores de los planeados, tanto por ella como por el pintor.
Ya que ese otro maldito también tenía deseos de venganza y provocar celos, por otras razones claro… Razones igual de crueles e infantiles, y aunque el pintor se creyera algo más grande y maduro de lo que en verdad era, en realidad no había visto el abismo de todas las cosas y escribía y pintaba sobre ellas como fiel conocedor.
Antonia reflexionaba sobre todo esto y más, buscaba dilucidar si había hecho todo esto por celos y por sentimientos aun existentes por el músico (la respuesta inmediata y falsa era que no), intentaba ver si el pintor era el hombre para ella, si en verdad le gustaba y sus besos eran mejores que los del músico (gustar quizás, lo de los besos, absolutamente falso). Pero lo que en realidad más incomodaba era cómo iba a contárselo al músico.
Sabía que debía hacerlo por una cuestión moral y búsqueda de la verdad siempre en su interior. Sabía también el berrinche infantil que iba a armar el músico, aunque no tenía justificación ni razones para hacerlo.
A pesar del dolor que iba a provocar obviamente que Antonia hubiera escogido al pintor por sobre otro hombre para dar su primer beso después del amor, el músico debía aceptar que él ya estaba con otra mujer, y que lo mejor era bendecir le felicidad de Antonia, fuese con quien fuese.
Antonia conocía como la palma de su mano al músico y sabía que nada de esto era posible. Él finalizaría su relación con la cantante en un intento patético por recuperarla, pues más allá del amor él no querría verla con otro hombre, menos con su mejor amigo, esa era la espiga en la frente del músico, y Antonia lo sabía bien, muy bien.

Antonia apoyaba su cabeza contra el vidrio y pensaba en su amiga, quien gustaba del pintor y también había sido traicionada esa tarde, ¿cómo decírselo a ella también? ¿Cómo esperar su comprensión? Cuando en ese momento ni ella misma se comprendía.
Entre risas crueles recordaban el baile en la sala de estar en la casa del pintor, el baile malo y fingido que el pintor habría hecho con cuanta otra mujer y ahora repetía con el amor de su mejor amigo. Tomando con cariño la cintura y la mano contraria, rozando la cara contra la cara de quien deseaba besar con toda su pasión.
Antonia había aceptado el beso del pintor como algo de lo que no se podía escapar, habían sido en realidad varios besos húmedos que luego el músico repasaría con intentos suicidas por su mente una y otra vez, ahogando las lágrimas y el odio contra la almohada.
Antonia pensaba lo dulce que habían sido los besos, pero que ahora dejaban un sabor en realidad agridulce que no podía terminar de entender…
Ese sabor agridulce debía ser la culpabilidad, pero sólo por su amiga, porque el músico no debía reprocharle nada, él sólo debía limitarse a sufrir y ahogar lágrimas, a sufrir y volver por ella.
Por otro lado su amiga si tenía derecho a sentirse mal con el privilegio de reprochárselo y quizás (lo más probable) nunca perdonarla.
Pero no, ¡no!, ese sabor agridulce provenía de otro lado, más abajo del estomago y más arriba de las rodillas, provenía de un templo sagrado que puede exhalar los más dulces licores y los más amargos manjares.
Era el gusto que deja la venganza en el cuerpo, la venganza; Un plato que debe servirse frío, pero con cuidado de que no caiga mal al estómago.

Antonia al bajar del Transantiago y caminar los últimos pasos a su casa repasaba ciertas frases claves dichas por el pintor; “¿le vas a contar cierto?” “¿crees que se moleste?” “¿cuándo se lo vas a decir?”
Tanto interés por el asunto, cuando era mejor mantener el secreto, nunca confesarlo a nadie y mejor aún, jugar a escondidas al amor.
Quizás así se iba el sabor agridulce que ahora le revolvía el estómago, porque ojos que no ven, corazón que no siente. Así nadie más sufriría ni celaría. Serían sólo ella y el pintor, solos los dos con sus resentimientos, la falsa pasión y el espejismo que ella veía en él. Que no terminaba de ser más que el mal reflejo del músico, a quien ella anhelaba en su interior. No atreviéndose a aceptarlo, pero anhelándolo.
Con todas estas reflexiones mejor no mantener el secreto y mantener el acuerdo, el contrato tácito entre ella y el pintor. Todos debían enterarse, todos debían murmurarlo y uno debía sufrir y retorcerse.
¿Se vengaría él también con ambos luego?
Antonia se tranquilizaba pensando que cuando un hombre ama de verdad a una mujer, la venganza de este no pasa de un pinchazo en el pie, cuando se ha recibido un escupitajo en el alma.
Así que duerme tranquila mi dulce niña de los pies de azúcar, que cuando se ama de verdad uno termino perdonando todo (nunca olvidando), pero superando el asunto, hasta que un día otra vez seas mías, como nunca debiste ser de él.

No hay comentarios: