domingo, 11 de enero de 2009

El otro dentro de Mí


Esta es la historia de mi vida, aunque cuando digo vida en realidad quiero decir la vida de algún otro ser que se esconde dentro de mi, porque así ha sucedido extrañamente conmigo. Por decisión propia, tomada a conciencia en el nombre del “amor”.

Sucedió que nos juntamos y no nos pudimos separar en dos años, llegué a amarte mucho y tú también a mí al parecer. Fuimos muy felices y todas esas cosas cursis que se pueden decir cuando uno está emparejado.
Relatar toda esa etapa empalagosa e irrisoria nuestra me produce una flojera inmensa o quizás un miedo de que llame la melancolía a la puerta y yo le abra como muchas otras noches, así que mejor dejo todo ese periodo a la imaginación de quien lee.
Lo importante es que un día definido terminamos, creo lo teníamos anotado en la agenda para no olvidarlo, después de duros meses en nuestra relación era algo que todos (especialmente nosotros) veíamos venir.
El término en principio me dejó un gusto dulce, pues creía iba a ser mi existencia sin ti más feliz y de hecho así lo hubiera sido, pero los sentimientos y su dominio en nuestra mente son algo que dominamos conciente o inconcientemente. En mi caso particular las dos formas se fusionaron con el único fin de hacerme triste, el hombre más triste sobre la tierra.
Muchos, en realidad todos los que han sufrido por amor me reclamarán que cuando se nos ha roto el corazón uno se siente el más sufrido sobre la tierra, que nadie nos comprende y no hay salvatoria o escapatoria. Algunas veces ese sentirse atrapado entre la mente y el corazón, entre el llanto y el grito, entre la cama y la almohada, entre los recuerdos y el olvido traen como consecuencia la depresión, luego la desesperanza y en última instancia el suicidio. En mi caso estuvo todo muy cerca de eso y a la vez lejos.
Se identificarán conmigo si digo que me arrastré, me rebajé, que muchas veces te pedí y rogué tu perdón (cuando el perdón debía ser mutuo) para que me volvieras a aceptar. Creo que perdí la cuenta de los días cuando estos se hacían interminables y la suma de los mismos parecía la eternidad. Al final me cansé y creo que la contabilidad de los hombres dijo que por diez meses no te dejé en paz.
La verdad cierta es que cuando me diste el último no rotundo caí casi en la locura y busqué ayuda en donde no debía.
Un buen amigo, de esos amigos entre comillas, me dio la dirección de una señora experta en estos casos. Atendía en una casa vieja y tétrica en el centro de santiago, entre unas calles dentro de otras calles que formaban un laberinto del que quise escapar muy tarde. Una vez allá dije; “!qué demonios!” ya estoy aquí, ¿qué puedo perder?
El alma podía perder pues, el alma y mi vida.

Resultó ser que la señora que se hizo llamar Matilde, era una bruja experta.
Según ella tenía la cura y las respuestas para todos mis problemas. Dijo ser una gitana que había sido expulsada de su comunidad por los celos que provocó su gran conocimiento del mundo esotérico. Claro no creí ninguna palabra y desde entonces quise irme lo antes posible, pues no solo estaba seguro de que ella no podría ayudarme, sino que también estaba seguro del gran miedo que me dominaba.

Por alguna extraña razón Matilde me hacía tiritar y presentía que al verme a los ojos podía ver dentro de mí. Todo pura sugestión me repetía, todo pura sugestión.
Matilde me pidió amablemente que me sentara en una silla junto a una mesa con una bola de cristal en el centro, todo como sacado de una mala película gringa.

Ella se sentó en el lado opuesto en la mesa dijo que le contara mi problema.
Le relaté mi historia con Antonia, todo con lujo de detalles, y mi gran problema ahora, la incapacidad de olvidarla y seguir con mi vida adelante.
Al terminar el relato unas lágrimas lastimeras se asomaron en mis ojos y pude ver como Matilde también sollozó junto a mí, me hizo sentir acompañado y llegué a pensar que después de todo haber venido (me ayudaran o no) no había sido tan mala idea.

Matilde me miró con ternura a los ojos y lo que en principio me había parecida una vieja loca y tétrica, ahora se me asemejaba a una tierna viejita que en realidad quería ayudarme.
Matilde me miró y me dijo que mi historia la había conmovido, dijo que muchas personas venían con historias similares de amor y sufrimiento a pedirle ayuda. Que de hecho su principal fuente de ingresos eran las penas de amor. Pero que nunca hasta el día de hoy un joven le había relatado una historia tan triste, tan bizarra y desgraciada. Sentía que debía darme la mejor de las ayudas y me iba a dar su más oculto secreto.

Saco de entre su falda dos botellitas pequeñas, una con un líquido azul y otro con un líquido rojo. Matilde me contó que a la mayoría de la gente que venía a verla y pedirle ayuda, ella sólo les facilitaba la botellita con el líquido azul. Que era una extraña pócima preparada por ella y su forma de utilización era muy simple. Había que introducir en esa botella una hoja de higuera, dejarla remojando unos minutos y luego comerse la hoja. El resultado sería sacar del corazón a la persona en quien se pensaba mientras se tragaba la hoja.
El resultado era efectivo y rápido. Durante años Matilde ayudó a miles de jóvenes y viejos con esta pócima, nunca recibió un reclamo o el pedido de la devolución del dinero. La gente siempre se iba contenta y muchas veces volvían con regalos y a contarles como había cambiado su vida bruscamente. De un día para otro habían dejado de sufrir y ya no sentían nada por la persona que antes tanto las había lastimado. Muchas de esas personas llegaban contando también que incluso esos viejos amores volvían pidiendo volver y proclamando nuevo amor, y los que habían tomado la hoja de higuera con la pócima no habían tenido ni que pensarlo al dar un rotundo y siempre doloroso no.
Matilde dijo que obviamente ese no era el gran secreto que me tenía preparado, esa pócima ya había pasado por muchas manos y para mí tenía algo quizás mejor, pero más peligroso.

Entonces me habló de la otra botellita con el líquido rojo. La forma de utilización parecía ser la misma, introducir una hoja de higuera, dejar remojar y luego comer. Pero el resultado era el distinto.
Luego de comerse la hoja uno se transformaba, cambiaba completamente su forma de ser y se convertía en la persona ideal, la personalidad de uno se hacía la idónea para conquistar a la persona en la que uno pensara al comerse la hoja.
Es decir, si yo al tragar la hoja pensaba en Antonia me transformaba en el hombre de sus sueños en cuanto a la personalidad, el plano físico se dejaba de lado, pues Matilde me dijo que el cambio era tan rotundo y especial que si uno pensaba en la mujer más hermosa y difícil de conquistar esa mujer no podría resistirse a los encantos dados por la pócima. Uno transmutaba en el hombre de los sueños de tal mujer y esta olvidaba el plano físico para enfocarse sólo en lo perfecto que era el hombre ante sus ojos que decía lo correcto en el lugar y momento perfectos para dejarla
estupefacta y enamorada.
Pero esta pócima tenía tres problemas o contrariedades. Por un lado el efecto duraba unas horas, entre diez a doce horas, por lo tanto había que estar comiendo hojas de higuera constantemente para mantener enamorada a esa persona, como mínimo una hoja al día mientras se estuviera con esa persona.

El problema inmediato a este era el cambio de personalidad que podía extrañar a las demás personas alrededor de uno, pero dejando de lado eso el mayor problema y último era que al terminar el efecto de la esta pócima uno no recordaba nada de lo sucedido.
Cuando Matilde dijo esto la miré extrañado y sin comprender a cabalidad lo último mencionado le pedí que me repitiera el problema final.
Matilde dijo que; “Cuando comes la hoja te transformas en otra persona, es como si la pócima lograra sacar esa parte de ti que esta escondida y que es la parte de la que Antonia en este caso podría enamorarse otra vez. Pero al transformarte en esa otra persona es como un desdoblamiento, es decir todo lo que vayas a vivir con ella mientras te has transformado es como si lo viviera otro hombre y al pasar el efecto no conservarás recuerdos de lo sucedido, las experiencias que tuvieron, los besos, las conversaciones, en resumen nada de eso quedará en tu memoria.

Ese es el castigo de poder tener a tu lado a la mujer que amas, la tendrás contigo con la posibilidad de almacenar recuerdos sólo cuando no estés bajo el efecto de la pócima”
Cuando Matilde terminó de enumerar y explicar los problemas me di cuenta de que el tercero era un problema mayúsculo.
Porque el primero se solucionaba teniendo en casa una higuera y guardando muy bien la botella con el líquido donde nadie la encontrara. El segundo daba igual, pues si lograba tener a mi lado a Antonia otra vez los demás daban igual. Pero el tercer problema era en verdad un horrible dolor de muelas. ¿Qué sacaba con tener a mi lado a la mujer que amo si no podía tener recuerdos luego de nada?

Sería como si en realidad no estuviéramos juntos y todo lo que fuéramos a vivir iba a ser una gran mentira, pues en realidad no iba a ser yo quien la hiciera feliz y la enamorara, sino alguna otra parte de mí escondida y que sólo saldría a flote con la pócima.
Pensé un momento antes de tomar mi decisión y vi que tenía en la botella azul la posibilidad de una solución semejante a la que observé en “eterno resplandor de una mente sin recuerdos” la posibilidad de sacarla de raíz de mí, olvidarla y que ya no me importara lo que hiciera ni con quien lo hiciera. Era en realidad el sueño de cualquier persona inteligente que quiere seguir con su vida adelante. Pero como dijo Matilde al escuchar mi historia, pocas veces ha habido una
experiencia como la mía tan sufrida, extraña y bizarra, creo eso me marcó de una forma distinta y al tener la posibilidad de cambiar mi vida con la botellita azul, no pude más que dejar pasar de largo esa posibilidad…
Pensé por otro lado en la botellita roja y en las posibilidades que me daba, con ella tendría a mi lado a Antonia y “seríamos felices” bueno ella por su lado sería feliz por estar con el hombre de sus sueños y yo me conformaría con tenerla a mi lado y a pesar de no poder conservar ninguno de los recuerdos que haríamos con la botella roja, al final del día podría sonreír porque Antonia estaba a mi lado, porque ella era mi mujer y no la mujer de algún otro(a)

Así que sin pensarlo mucho más, estúpidamente le dije a Matilde que quería la botella roja.
Matilde sonrió y dijo que era una elección difícil, aunque ella también hubiera escogida la botella roja…
Me dijo que no me cobraría nada por la botella pero a cambio yo nunca debía volver a verla, pues no deseaba saber el resultado de la pócima en mí y en Antonia, le daba miedo y prefería mantenerse alejada por razones personales.
Así que tomé la botella y casi salí corriendo de ese lugar.
Al llegar a mi casa estaba entre excitado e impaciente, no podía esperar para saber como reaccionaría Antonia al ver llegar al hombre de sus sueños dentro de mí entregado completamente a ella, como siempre lo estuve yo desde un principio.
Esa noche fui hasta una acequia cerca de mi casa donde abundan las higueras, agradecí que esa noche no fuera San Juan y tome varias hojas, corrí a mi hogar y en mi pieza remojé una de las hojas en la botellita roja. Luego de comerla no recuerdo nada, sólo puedo contarles que al día siguiente Antonia estaba muy feliz por verme y que el llamado que le hice a las 12 de la noche la había impactado mucho y que nunca nadie le había dicho cosas tan hermosas. Creo que esas palabras que escuché salir de su boca luego de pasado el efecto de la pócima, pudieron haber sido fácilmente las más dolorosas que jamás nadie me ha dicho. Ya que por dos años siempre cuidé de decirle cosas hermosas y románticas y ahora sólo con un llamado del hombre de sus sueños estaba saltando de la felicidad y queriendo prácticamente volver conmigo. Lo peor de todo ¡no lograba recordar que había sido lo tan maravilloso que le había dicho! Y tampoco quise preguntárselo, asumí todo eso como mi realidad y mi nuevo camino que tomé al escoger la botella roja, que me acercaba a ti que tanto te amo maldita sea, pero me aleja de la verdadera felicidad pues no tengo recuerdos de nosotros ¡no los tengo!
Poco después de vernos bajo el efecto de la pócima volvimos, creo que pasaron meses y ya después del primer año de la universidad ya estábamos casados (esta parte del relato la paso rápido, pues en realidad ¿qué tengo para relatar?) Cuando cumplimos 24 años ya estábamos viviendo en Londres y esperando nuestro primer hijo.
Me da mucha pena pensar en todo lo que me perdí de nosotros, todos esos momentos, todas esas risas, todos esos besos, todas las veces que te toqué y te hice el amor ¡no era yo! Era otro hombre dentro de mí que te hacía feliz y llegué a odiarlo, pero a la vez le agradecí que te mantuviera a mi lado, porque los pocos momentos que no estuve bajo los efectos de la pócima, aparte de ocuparlos en preparar más hojas, los ocupaba en observarte, ahí tendida en la cama con una sonrisa durmiendo, ahí recostada en el sillón leyendo o dándote un baño. Ahí siempre ahí tú y yo tratando de no hablar, tratando de observarte bien y apreciar todo, pues luego de tomar la hoja con la pócima vendría el olvido de mi vida y otro tomaba mi lugar para vivirla junto a ti.
Luego de que nuestros 30, 40, 50 y 60 años pasaran como un parpadeo, donde cada día para mí se resumía a lo mucho una hora, puedo decir que lograba sacar felicidad de esa hora.
Los pocos y casi nulos recuerdos que tengo sobre nuestras conversaciones lúcidas para mí, me decías lo mucho que me amabas, constantemente me lo decías y pienso lo afortunado que debía ser el otro en mí que escuchaba el “te amo” muchas más veces que yo al día, en la vida…
Algunas otras veces me decías que no te podías imaginar con otro hombre que no fuera yo, que la vida sin mi a tu lado no tendría sentido. Y creo que una vez me dijiste que el cambio en mí había sido tan rotundo que hasta el día de hoy te preguntabas cómo había sido posible, que era extraño haberme amado, luego haberme querido, luego no haber sentido nada por mí para terminarme amando más que nunca. Esa vez estuve muy cerca de contarte toda la verdad aunque me tomaras por un loco, es que era mucha presión sobre mí y mucho sufrimiento, por no poder tenerte plenamente a mi lado, pues era otro en mi a quien amabas, otro que yo no conocía ni quería hacerlo tampoco.
Nuestros hijos ya han crecido, nosotros dos ya estamos viejos y apunto de morir. Mi vida pasó como un parpadeo pero al menos sé que la tuya no, que la tuya fue plena a mi lado con el hombre de tus sueños.
Ahora ya has muerto y yo estoy por hacerlo, creo que olvidaba cuan largo es el día después de casi una vida sin tener un día completo para mí, creo que olvidaba lo que cuesta vivir sin ti, porque aunque fuera una hora al día que compartía contigo, era una hora valiosa que ya no tengo y puta que te extraño.
Al menos moriste en mis manos en nuestra cama y yo no estaba bajo los efectos de la pócima. Me miraste con lágrimas en los ojos y me dijiste; “gracias por darme una vida de amor, una vida de felicidad, gracias por haber luchado tanto tiempo por poder reconquistarme, se que no fue fácil pues te rechacé muchas veces. Pero al final terminamos viviendo una vida juntos y no me arrepiento de ningún momento junto a ti. Gracias por ser el amor de mi vida…”
Cerraste tus ojos y lloré como nunca en mi vida, con tus rulos canos entre mis manos, con tu cabeza contra la mía.
Y ahora que mi vida se va extinguiendo lentamente en nuestra cama me pregunto ¿qué fue de mi vida? ¿Fue una buena elección la que hice con la botella roja? ¿Cómo hubiera sido todo si hubiera elegido la botella azul?
Ya todas esas preguntas se las lleva el viento y las entierra el polvo, ya todo eso da igual y al final creo no arrepentirme de mi elección. Porque aunque mi vida no la viví plenamente, la hora al día que me fue regalado a tu lado fue una hora divina, fue una hora que no puedo haberme imagino haber estado compartiendo con nadie más.
Y mi vida pasó como un parpadeo, como un suspiro en el acto del amor antes del fin, como un abrazo nuestro entre la reja de tu calle, como el último adiós que se da entre la mujer que amo y un completo desconocido para ella.
Te pido disculpas por no haberte dado un último momento junto al amor de tu vida antes de partir.
¿Qué te diré si te encuentro del otro lado? Que lo siento mucho por el engaño, que siento mucho que quien llega ahora a tu encuentro no es el hombre que esperabas, y de verdad lo siento, pero no puedo llevarme al otro lado ni la botella o las hojas de higuera. Creo que al verte del otro lado no tendré más que decirte; “lo siento y te amo”. Porque cada hora (que era mi día junto a ti) te amaba más y más. Y ahora antes de partir reafirmo lo dicho, pues todo esto tiempo he estado teniendo 24 días sobre otros 24 días interminables para amarte más y más.
¿Qué es lo que tenía él que no haya tenido yo?

Y si me tomo la pócima antes de partir directamente desde la botella ¿me transformaré definitivamente en el otro dentro de mí para ir a tu encuentro en la otra vida? Porque aunque a ese encuentro no sea yo quien valla a abrazarte, al menos dejaré mi existencia de lado feliz al saber que abrazarás en la eternidad al otro dentro de mí del que tanto te has enamorado.

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